Supongamos estar frente a una mesa donde hay un lápiz que deseamos tomar... ¿Cómo lo logramos ?
El cerebro es el encargado de coordinar nuestras acciones. Los ojos reciben la imagen del lápiz y la trasmiten al cerebro de donde parten inmediatamente órdenes a los músculos del miembro superior. Estos músculos se contraen: se mueve el brazo, el antebrazo y la mano, se flexionan los dedos y el lápiz es tomado.
Observemos esto: todos los músculos que actúan se contraen respondiendo a órdenes procedentes de nuestro cerebro; por lo tanto, lo hacen por nuestra voluntad, porque así lo hemos decidido. También hubiéramos podido tomar una decisión distinta y mantener el brazo quieto.
Tomado el lápiz, resolvemos trabajar; haremos un dibujo, por ejemplo. Puesto que la habitación no está suficientemente iluminada, encendemos una lámpara. Instantáneamente, no bien el haz de luz llega a nuestras pupilas, éstas disminuyen su amplitud, como un diafragma que se cierra, por contracción de las fibras musculares circular, es del iris. En este caso, el anillo muscular de la pupila se ha contraído en forma absolutamente independiente de la voluntad: nosotros no ordenamos la contracción de las pupilas, como lo habíamos hecho con los músculos del miembro superior. Más aún: la pupila se habría contraído, aunque no lo hubiésemos querido.
El cerebro es el encargado de coordinar nuestras acciones. Los ojos reciben la imagen del lápiz y la trasmiten al cerebro de donde parten inmediatamente órdenes a los músculos del miembro superior. Estos músculos se contraen: se mueve el brazo, el antebrazo y la mano, se flexionan los dedos y el lápiz es tomado.
Observemos esto: todos los músculos que actúan se contraen respondiendo a órdenes procedentes de nuestro cerebro; por lo tanto, lo hacen por nuestra voluntad, porque así lo hemos decidido. También hubiéramos podido tomar una decisión distinta y mantener el brazo quieto.
Tomado el lápiz, resolvemos trabajar; haremos un dibujo, por ejemplo. Puesto que la habitación no está suficientemente iluminada, encendemos una lámpara. Instantáneamente, no bien el haz de luz llega a nuestras pupilas, éstas disminuyen su amplitud, como un diafragma que se cierra, por contracción de las fibras musculares circular, es del iris. En este caso, el anillo muscular de la pupila se ha contraído en forma absolutamente independiente de la voluntad: nosotros no ordenamos la contracción de las pupilas, como lo habíamos hecho con los músculos del miembro superior. Más aún: la pupila se habría contraído, aunque no lo hubiésemos querido.